jueves, 22 de marzo de 2012

Suerte vuelve II... (6)

La última noche que pasaron en el hotel, Alberto decidió que era hora de dar un paso importante en su relación. Quería que la noche fuese especial y Ana comenzara a creer en él, otra vez. 

Para ello, mientras Ana estaba en la playa, intentando coger los últimos rayos de sol, Alberto se fue a la joyería del hotel. Cuando dijo en que lugar estaba, una de las habitaciones de lujo, la cara del vendedor cambió completamente. Por supuesto, a Alberto le encantaba aquella ostentación, le gustaba que le hicieran la pelota y se desviviesen por darle lo que quería. 
Cuando salió de la joyería su plan estaba en marcha. Nada se lo podría estropear. 

Cuando llegó a la habitación Ana estaba en la terraza, con el portátil.

- Hola cariño. ¿Qué haces?
- Nada. Estoy mirando a qué hora llegamos, para avisar y que nos vengan a recoger. 
- ¿Te apetece, ya que es la última noche, tener una cena en uno de los restaurantes del hotel?
- Claro. - Ana estaba ensimismada con el ordenador y no hacía caso de lo que le decía.
- Bien. Voy a avisar. ¿Qué te parece sobre las 10?
- Si. De acuerdo.
- Luego podemos ir al Casino.
- Ummmmmm. La verdad es que no me apetece. Vendremos a la habitación, quiero descansar, para que mañana no se me vean arrugas. Además, tú deberías hacer lo mismo. Piensa en el viaje tan largo que nos espera.
- ¿Podemos pasarlo durmiendo? - dijo en tono mofa Alberto.
- Ya... Esa es tu especialidad.


Ana y él habían hablado, habían llegado a un acuerdo. Pero desde aquel día, Alberto notó como Ana se distanciaba, como veía que no confiaba en él. Pero todo cambiaría aquella noche.

Después de mandar un mail con la hora de llegada al aeropuerto, Ana se fue a duchar y arreglar para la cena. Ella sabía que Alberto había dicho que sí al trato y las condiciones, pero sabía que no podía fiarse de él. Ya le había mentido muchas veces. Tenía que ponerse fría, distanciarse minimamente, un poco, durante un tiempo, para ver las cosas desde otra perspectiva. Mientras se duchaba oyó la puerta, pensó que Alberto se habría marchado al bar, a esperarla. Antes siempre la esperaba en la habitación. Ana suspiró y se miró al espejo, mientras se secaba el pelo con la toalla. Después se puso crema corporal con olor a limón. Se maquilló un poco los ojos, no se puso base ni colorete. Los días en aquel paraíso le habían regalado un tono bronceado precioso. Por supuesto Ana lo quería lucir. Se puso un vestido vaporoso, con escote en V y cintura alta, largo hasta los tobillos de color burdeos. Como complemento unas sandalias romanas que le subían por la pierna y se ataban detrás de las rodillas. 

Cuando salió del baño se encontró con Alberto, vestido con unos pantalones y una camisa de lino, todo en conjunto, que ella misma le había regalado cuando salió de la cárcel. 

- Cariño, como quieres descansar.... he pensado que podíamos cenar en tu lugar favorito.
- ¿Dónde? - dijo Ana intrigada. 
- En esta terraza, encima del mar, con las estrellas y la luna como únicos acompañantes. 

Ana se quedó boquiabierta. Alberto lo había preparado todo para tener una noche romántica, como la que ella hubiese querido hace semanas. 

- ¿Y esto? - preguntó ella desconcertada.
- Es por dos razones. La primera, para que veas que me tomo lo nuestro completamente en serio, y la segunda, para volver a pedirte perdón, por lo que hice.

Ana poco a poco se iba descomponiendo. Ella quería ser fuerte, dura, fría y calculadora. Pero no sabía por qué, pero en el momento en que Alberto se ponía romántico a ella le temblaba hasta el más pequeño de los dedos del pie. 

En la terraza Ana se encontró con una mesa decorada con pétalos de rosa, una vela, una ensalada de frutas exóticas, ostras, champán, chocolate, .... La noche perfecta, el momento perfecto. Ana sentía que Alberto podía cambiar. Mientras cenaban, Ana volvió a ser la que era con él. Le miraba con ojos de enamorada, sonreía, y se rozaban cada dos segundos. Parecían dos colegiales en su primera cita. 

De pronto, en medio de la cena, Alberto se puso de rodillas a su lado y le dijo:
- Sé que estos días no me he portado bien, pero sé que tú eres la mujer de mi vida. Sé que puedo hacerte feliz, sé que estaremos juntos para siempre, por que nos queremos, nos amamos, nos adoramos, nos compenetramos. Por eso, en nuestra última noche, antes de volver a la civilización quería pedirte.... - Alberto sacó el anillo de uno de los bolsillos de su pantalón. El anillo un solitario de oro blanco con un diamante en talla pera de color amarillo claro. - ¿Quieres casarte conmigo?

Ana desde el momento en que Alberto se arrodilló a su lado, se puso a llorar. Aunque no lo dijese gritando, ella sabía que era lo que más ansiaba desde que lo conoció, un compromiso importante en su relación. 

- ¡Claro que quiero! - gritó de la emoción. Alberto se levantó, le puso el anillo, que le quedaba perfecto, en su dedo anular. 

Esa noche fue mágica. Alberto había conseguido, con ese golpe maestro, que Ana se rindiera, otra vez a él, y Ana había conseguido que el hombre del que estaba enamorada le pidiera matrimonio. Ninguno de los dos podía pedir más.

Se levantaron a las 8 de la mañana. Desayunaron, recogieron las cosas, Ana se puso su nuevo anillo en el dedo y abandonaron el hotel. Doce horas más tarde aterrizaban en España, dispuestos a vivir el día a día y a dar la gran noticia a la familia.

Cuando llegaron al aeropuerto, les esperaba el chofer de la familia de Ana. 

- Hola Damián. ¡Cuanto tiempo! - le dijo Ana al verle en la terminal esperándolos. 
- Hola Señora. Me alegro de verla - Damián era un chico cortés amable, que llevaba unos 10 años trabajando para la familia, justo, cuando su padre, el anterior chófer, decidió retirarse. Ana y Damián habían crecido en la misma casa, tenían la misma edad, Ana era dos meses mayor que él. La diferencia entre los dos era que Ana era la hija de los dueños y Damián era el hijo del chófer y la ama de llaves. Por supuesto Damián no le hablaba de tu, su padre siempre le enseñó que a los señores se les trataba de usted, aunque se hubieran criado casi juntos.
- Damián, te presento a Alberto, mi... - Ana se paró. Iba a decir su pareja, pero en vez de eso dijo - mi prometido.
- Encantado señor. - Damián fue a darle la mano, en señal de amistad. Pero Alberto, con el móvil en la mano, solo movió ligeramente la cabeza.

Media hora después llegaban a la casa de la familia de Ana. 

- ¿Esta es tu casa? - dijo Alberto alucinado con lo que le rodeaba.
- Sí. Mis padres la han contruido a su gusto. Mi madre es una decoradora excelente. Ya verás que bonita es por dentro.

Al salir del coche, los padres de Ana estaban esperándola. Ana corrió a abrazar a sus padres, los cuales no sabían como reaccionar, pues su hija nunca se había comportado de esa manera. 

- Hola papá - dijo mientras lo abrazaba. - Hola mamá - le dijo entre beso y beso. 
- Hola hija - dijo su padre. - ¿Qué tal el viaje?
- Bien. Largo y un poco agotador, pero la verdad es que me alegro de volver a estar aquí. Papá, mamá, os presento a Alberto - Ana se giró hacia a Alberto, le guiñó un ojo y dijo - mi prometido - mientras enseñaba el dedo del anillo. 
- ¡Qué preciosidad! - dijo su madre. - Como me alegro de que...
- ¿Estáis prometidos? - le cortó el padre - ¿Desde cuando?
- Hace menos de 24 horas. - dijo Alberto intentando romper el hielo.
- Será mejor que vayamos a la terraza y nos lo explicáis. 
- Sí. Mientras las mujeres van a la terraza, - dijo su padre mientras cogía a Alberto por el cuello - yo voy con este joven a buscar una botella de champán para brindar. 


Cuando el padre de Ana y Alberto llegaron a la bodega. Éste empezó a hablar del negocio, de la familia y de lo importante que era que su hija fuese feliz.
- Sé que no te conozco. Por supuesto, voy a intentarlo. Mi hija me dijo que eras abogado. No tienes trabajo, ¿verdad?
- Verdad señor. Pero soy bueno, muy bueno.
- Ajá - dijo el padre mientras cogía una botella de una estantería. - Eso lo juzgaré yo mismo. Ahora explícame algo de ti. Quiero saber quién eres.

Alberto rápidamente le habló de sus padres, de su antiguo trabajo,... 

- Así que trabajabas con Jordi en el bufete.
- Sí, señor. 
- No me llames, señor, parezco un coronel o algo así. Llámame Juan.
- Sí, Juan - dijo Alberto, algo más calmado.
- ¿Estabas casado?
- Sí. Lo estuve.
- Bueno, así que los dos rompisteis vuestros matrimonios para estar juntos... - Por supuesto Alberto, no quiso contradecirle, aunque esa no fuera la verdad del tema que abordaban. - Será mejor que vayamos con nuestras mujeres, si no pensarán que te he matado - dijo Juan en tono irónico. Alberto no dudó en reírle la gracia, aunque no la tuviese. 

Después de brindar y hablar sobre las vacaciones, Ana y Alberto se fueron a descansar a la habitación. 
- Mi madre me ha dicho que descansemos. Esta noche tenemos una fiesta. Menos mal que es previsora y tiene trajes para estas ocasiones. 
- ¿Cuándo empezaré a trabajar en la empresa?
- No lo sé. Primero será mejor que te compres ropa nueva. Mi padre ya te dirá algo. 

Alberto estaba en una mansión viviendo el sueño que siempre había tenido. Vivir rodeado de lujo, con una mujer preciosa y todo el dinero que se puede tener y más. 

Esa noche Alberto conoció algunos amigos de la familia. Alberto conocía a la mitad de los que estaban allí, por las entrevistas a revistas y periódicos de diferentes ámbitos: banca, derecho, política, moda,... 

- Tus padres tiene contactos muy buenos.
- Sí. Son amigos de él desde hace tiempo, desde antes de que Allegra existiera. ¿Te sientes abrumado por toda esta gente? ¿Si quieres nos escapamos un rato al jardín?

Alberto quería interactuar con aquellos hombres, que empezaran a conocerlo como el yerno de Juan, pero sabía que sus objetivos primero pasaban por tener a Ana contenta. Otra vez será, pensó.

- Venga, escapémonos. Enséñame los jardines.

1 comentario:

  1. ¡¡Carai!!

    A eso se le llama volver con ganas :-)
    Muy bien. Como siempre lo he leído del
    tirón. Noto que es un capítulo previo
    a... Intuyo que van a pasar muchas co-
    sas, todas muy muy interesantes e impor-
    tantes.

    Así que si me lo permites iré preparan-
    do las palomitas para cuando empiecen
    los fuegos artificiales.

    Una vez más enhorabuena y a seguir así.
    ¡¡Ánimos!!

    Me encanta ;-)

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