jueves, 15 de marzo de 2012

Suerte vuelve II...(5)

Al día siguiente, Ana se levantó a primera hora de la mañana con Alberto, fueron a desayunar y luego se prepararon para la excursión.

A las 9.30 se encontraron con un pequeño grupo en el hall de su hotel. Entre ellos estaban Julliet y Armand. Pronto se acercaron las dos parejas, se saludaron y decidieron pasar el día juntos.

Salieron con el responsable de la excursión sobre las 10 y pronto llegaron al velero que les llevaría hasta los arrecifes.

Cuando llegaron a su destino, el responsable les dio las gafas para poder bucear y respirar, les dio un par de instrucciones y las aletas para los pies. Pero Ana no sabía si aquello le iba a gustar, ella prefería tumbarse al sol y esperar que todos volviesen. Entre Alberto y Armand la convencieron para que se sumergiera un rato y ella aceptó, aunque a regañadientes.

Unos 15 minutos más tarde, la gente iba explorando todo aquel lugar lleno de colores, con peces exóticos por doquier y unos arrecifes realmente preciosos. Ana no había visto nada igual y le gustaba estar allí, pero se cansaba rápido de estar en el agua. "No soporto que se me pongan los dedos como pasas", pensó. "Además no sé nadar bien y me quedo atrás".
Así que cuando vio que todos estaban a lo suyo se volvió al barco. El capitán del velero la ayudó a subir.

- ¿No le gusta lo que ve?
- Sí - responde Ana mientras se quita las gafas - Pero no soy una buena nadadora. Me gusta más ser un lagarto.
- ¿Un lagarto? - preguntó el capitán un poco extrañado.
- Sí. Me encanta tumbarme al sol durante horas. ¿Le importa que lo haga?
- Por supuesto que no. En la proa estará bien, allí nadie le molestará.
- Muchas gracias.

Ana se fue con su bolsa de playa a la proa del barco. Mientras se ponía crema para el sol, observaba a sus nuevos amigos y a Alberto en el agua. Hubo un momento que le pareció ver algo extraño en la actitud de Alberto hacia Julliet, "creo que soy una paranoica. La chica está de luna de miel, seguro que he visto mal", pensó.
Pero Ana no se quedó tranquila y decidió que podía tomar el sol de pie o sentada y no tumbada, así podría verlos.
Armand estaba buceando con el grupo, pero Alberto y Julliet se quedaban rezagados y solos. Ana no podía creerse lo que veía, se tocaban en cada momento, se rozaban, se sonreían. ¿Cómo lo podía ver?, fácil. Ana era una mujer que lo observaba todo, hasta el más insignificante detalle.
Aquello no le gustaba nada....

Alberto se sentía como pez en el agua. Estaba viendo maravillas marinas, mientras nadaba con Julliet. De vez en cuando Armand se acercaba y  la llamaba, para que viese algo. Pero ella pronto se escapaba de su marido y volvía con Alberto.


- Estoy pasando un día genial. - dijo Alberto al salir a la superficie y ver a Julliet.
- Sí. Yo también. Que pena que esto se acabe pronto.
- ¿Cómo de pronto?- preguntó Alberto intrigado.
- Pues pasado mañana después de comer Armand y yo tenemos que irnos al aeropuerto.
- Vaya.... Entonces no nos queda mucho tiempo.
- No. Tendremos que aprovechar esta noche. Creo que después del día que estamos pasando Armand estará muy cansado y se dormirá rápidamente. Si quieres podemos hacer una escapada nocturna. El otro día vi un sitio perfecto para nosotros.
- Eso me gusta - dijo Alberto sin pensar, en ningún momento en Ana.
- Aunque tendremos que volver pronto. No sea que tu mujer se despierte y llame a la policia.
- No es mi mujer. Es una amiga.
- ¿Una amiga? - dijo Julliet mofándose.- Creo que tú y Ana tendríais que decidir que sois. Más que nada por que ella te trata como si fueras su marido. Y tu dices que sois amigos. Pero si fuese así a ella le daría igual que tú y yo estuviésemos tonteando. Por ejemplo, si ahora me acerco y te doy un inocente beso, crees que no vendrá corriendo a separarnos.

En ese momento Alberto se acordó. Ana estaba allí. Ana había ido con ellos a hacer snorkel. Pero no la veía entre la multitud. ¿Le habría pasado algo y él no se había dado ni cuenta?

- ¿Qué te pasa? - preguntó Julliet al ver que Alberto se separaba rápidamente de ella.
- ¿Dónde está Ana?
- No lo sé.

Alberto se acercó al grupo.

- ¿Alguien ha visto a Ana?
- ¿Quién es Ana?- preguntó un hombre mayor.
- Mi mujer.
- ¿No es esa? - volvió a preguntar el mismo hombre, mientras apuntaba a Julliet.
- No, esa es mi mujer - dijo Armand un poco mosqueado.
- Pues no la he visto - sentenció el hombre.
- Perdone - dijo la mujer de su lado mirando a Alberto - pero creo que su mujer volvió al barco, hace como unos veinte minutos.

En ese momento Alberto miró hacia el velero y allí la vio. De pie, poniéndose crema en las piernas. No se había dado ni cuenta de que se había marchado. Seguro que ella estaría enfadada. Tenía que ir al barco, para saber si todo iba bien.

- Gracias. Creo que yo también iré al barco. Voy a ver si está bien.
- Si quieres, vuelve después. Nos queda llegar a aquellas rocas, para ver a la fauna que allí habita. Es espectacular. No deberías perdértela - dijo el monitor.
- No. No hay problema. Solo quiero saber si está bien.
- Alberto - dijo Julliet. - Yo estoy cansada y no creo que llegue hasta allí. Me apetece ir al barco a descansar. Si quieres ya estoy con ella y tu aprovechas y vas con el grupo.
-¿No te importa?
- No. En serio. Tengo ganas de tumbarme al sol, como ella. Ve con ellos y diviértete. Le diré a Ana que has preguntado por ella - Julliet y Alberto sabía que ese comentario iba con segundas. Pero él no le quiso dar importancia.
- De acuerdo. Gracias. -A Alberto le pareció bien. La verdad es que él no quería perderse nada de la excursión. Así que decidió dejar que Julliet se fuera con Ana, mientras él se quedaba con Armand.

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- Hola - saluda Julliet a Ana al llegar al velero.
- Hola. ¿Qué haces aquí?
- He venido a hacerte compañía.
- No hacía falta - dijo Ana aparentemente molesta - pero gracias.
- La verdad es que es una excusa. - Julliet tenía ganas de ver a Ana, estar con ella, hablar con ella. - Alberto quería venir a ver si pasaba algo, pero yo ya estaba cansada. Así que le he dicho que venía yo.
- Pues gracias por la molestia, pero en serio. No hacía falta.
- Además.... Así podemos hablar un poco. - Julliet extendió una toalla al lado de donde estaba Ana - ¿Cuánto tiempo lleváis Alberto y tu juntos?
- Poco tiempo. ¿Y tu con Armand?
- Creo que toda la vida - sonríe Julliet.- Llevamos doce años de relación.
- Vaya... Eso sí que es tiempo.
- Sí. Bueno, yo era una adolescente alocada y Armand me ayudó a salir de problemas en los que me había metido.
- Parece un buen hombre - dice Ana mientras observa al grupo cerca de las rocas.
- Lo es. Es el mejor.
- Entonces, ¿porqué tonteas con otros hombres?
- Perdona - Julliet se quedó boquiabierta -. No te entiendo.
- Yo creo que sí. Mira, soy una mujer que no se anda por las ramas. Creo que tu marido es una excelentísima persona y está totalmente enamorado. Aunque no pienso lo mismo de ti. Creo que te aburres, que no sabes lo que quieres,... No sé. Pero lo que he visto antes, no me ha gustado un pelo. Creo que tienes que bucear con tu marido, no con Alberto. Sé que Alberto puede parecer irresistible, pero no tiene un pasado muy limpio. Y te dejará colgada en el peor momento. Romperá tu matrimonio y desaparecerá.
- Me lo imaginaba. Por eso nadie tenía que enterarse de nada.
- No te puedes imaginar las cosas que ha hecho. - Ana quería gritarle, quería darle una bofetada, quería solventar con ella el problema que tenía con Alberto -. Si realmente quieres estar con tu marido, ¿porqué te quieres liar con Alberto?, que además es mi pareja.
- Según él sois solo amigos.
- ¿¡¡¿Qué?!!? - Ana no se podía creer lo que estaba oyendo.
- Me lo acaba de decir en el agua. Mira Ana, ya que tú has sido sincera, yo también quiero serlo contigo. Sí, me atrae Alberto. No sé que tiene, pero he tonteado con él. Ahora, en el agua, hablábamos de esta noche y ha sido cuando me ha confesado que vosotros sois amigos. Es decir, que sí, os podéis acostar, pero él no tiene que darte explicaciones y tú no puedes enfadarte por que se vaya con otra. Así que si esta noche decide venirse un rato conmigo a la playa, no tienes por que enfadarte.
- ¿Y tu marido qué piensa de esto?
- Lo sabes perfectamente - dice Julliet con media sonrisa. - Mi marido no sabe nada, como te he dicho, nadie tenía por que saberlo.
- Pues entonces, deja a Alberto en paz. Si no, iré a hacer una visita a tu marido esta noche. Tu decides, un escarceo de una noche, por un matrimonio.
- De acuerdo Ana. Es todo tuyo. - dijo Julliet enfadada -. Pero si aceptas un consejo de una "amiga", ata en corto a ese hombre si quieres estar con él. Si no, tendrás que ser la mujer sumisa y cornuda más grande que haya conocido.
- Eso es cosa mía.


Después de esa conversación. Julliet fue a esperar a su marido al otro lado del velero. El viaje de vuelta, las dos parejas estuvieron separadas. Ana no habló con Alberto, ni siquiera le miraba a la cara. Alberto no entendía que había pasado. Intentaba tocarla, rozarle, pero ella escapaba de él. Incluso terminó cambiándose de asiento en el autobús.

Cuando llegaron al hotel. Alberto se despidió de Armand y Julliet. Ésta le dio un beso en la mejilla y le dijo:
- Bueno, ahora sí nos despedimos. Mañana no haremos excursión, queremos pasar el día que nos queda en el hotel, que esto en vez de una luna de miel, parece una salida con amigos. Encantada de haberos conocido.
- Lo mismo digo - dijo Ana con una falsa sonrisa. - Espero que os vaya bien en la vida. Y como te he dicho, cuida a este hombre, que parece ser maravilloso.
- Sí. Lo haré. - Julliet, después de despedirse de ellos cogió la mano a su marido y se fue con él a su suite.

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- No me lo puedo creer.... - Ana acababa de sentarse en el sofá de su habitación. Alberto estaba cerrando la puerta.
- Menos mal, por fin me hablas.
- Sí, te hablo. Te hablo para decirte que eres un cabrón, un cabrón asqueroso, que no te mereces que nadie te quiera. Pero, ¿cómo es posible que te intentaras llevar al huerto también a Julliet? - Alberto fue a hablar pero Ana se había embalado en su discurso -. No lo niegues. Hemos hablado en el barco. Creo que piensas que soy tonta o que no tengo ojos. Te pones a tontear con ella, en el agua, delante mío y de su marido. No sé como Armand no te ha partido la cara. Supongo que tiene más clase que tú. Pero lo peor ha sido que me enterara, por otra persona, que tú y yo somos amigos. Quiero que te vayas de esta habitación. No quiero verte. Voy a hacer las maletas. Me marcho.
- Pero... ¿no podemos hablarlo? - Alberto estaba a su lado, con cara de cordero degollado, con los ojos vidriosos, intentando que Ana se apiadara de él y lo perdonara.
- No. Ahora no. Vete. No quiero verte.
- De acuerdo.

Alberto salió de la habitación, sin rumbo fijo. Ana se quedó echa un ovillo en el sofá, durante más de una hora. Sabía que se estaba equivocando, pero no quería perderle. Sabía que Alberto era un buen hombre, que solo le hacía falta centrarse. "Seguro que no ha sido todo culpa suya. Esas mujeres, se insinuaban", pensó para justificar sus acciones ante sus sentimientos.

Tres horas más tarde, bajó al hall del hotel, pero no lo encontró. Quería aclarar las cosas. Quería estar con él, pero ella iba a ponerle condiciones. No todo sería de color rosa. Si él aceptaba las condiciones estarían juntos, si no ella se marcharía y empezaría una nueva vida, sola. Aunque eso fuera sinónimo de un alma rota.

Por fin lo encontró estaba en el bar del hotel. Solo en una mesa, cerca de la ventana, que daba a la piscina. Con un cocktel en la mesa y jugando con la sombrillita en la mano.

- Hola. ¿Puedo sentarme?
- Por supuesto - Alberto se sobresaltó al ver a Ana.
- He estado pensando.
- Yo también. - Contestó él rápidamente.
- Perfecto. Pues termínate la copa y vamos a la habitación. Creo que será mejor hablarlo a solas y no aquí.
- De acuerdo.

Ana se levantó, sin esperar a que él se acabara la copa, se fue a la habitación. Él se la terminó y fue tras ella.

- Bueno, vamos a la terraza.
- De acuerdo. Donde tú quieras - Alberto se dejaba llevar, no quería que Ana se alterase, después de lo pasado.
- Alberto, creo que no puedes ser fiel a nadie. Eres débil, tu cuerpo y tu mente son débiles y te vas detrás de la primera falda que ves.
- No es verdad.
- Sí lo es. No me mientas. Y eso va a ser un problema. Por que yo quiero que seas fiel, quiero que te comprometas conmigo y no vuelvas a decirle a otra mujer que yo solo soy una amiga.... - Ana paró un segundo y dijo - Mejor dicho, no quiero que hables con ninguna mujer sobre este tema.
- ¿Me vas a prohibir que hable con mujeres?
- Por supuesto que no. No puedo hacer eso. Es imposible, hay demasiadas mujeres en el mundo. Pero sí puedo tenerte controlado con ciertas cosas que puedes tú hacer por mí. Si las aceptas, creo que podremos estar juntos. Si no, lo dejamos ahora, antes de que me hagas más daño.
- Dime - Alberto se esperaba cualquier cosa viniendo de ella.
- Mañana nos marchamos a casa. Acabo de hablar con mis padres. Nos vamos a quedar en su casita de la piscina hasta que encontremos algo para nosotros. He hablado con mi padre y le he dicho que eres abogado y muy bueno. Le he pedido que te dé trabajo en su empresa.
- Nunca me has contado de que viven.
- Ahora eso no importa. Vas a hacer una entrevista con él. Buscaré una casa para nosotros y cuando la tengamos y tú ya lleves un tiempo en la empresa, nos casaremos. Yo miraré de volver a mi puesto, si no, ya miraré. Eso ahora no me preocupa demasiado. Tus padres, por suerte están cerca y pueden venir cuando quieran a vernos. No irás a ninguna fiesta si no es conmigo, se acabaron las salidas con tus "amiguetes", no irás de vacaciones si no es conmigo, y por supuesto, yo lo supervisaré todo antes de ir a cualquier lado. ¿Estás de acuerdo? - Ana estaba sería, mirando fíjamente a los ojos de Alberto.
- Bueno, pero de qué voy a trabajar. ¿Qué empresa es?
- Con el tiempo que llevamos juntos, nunca hemos hablado de nuestras familias. Bueno, miento, tú de tus padres me has hablado. Tienen que ser maravillosos. ¿Conoces la marca Allegra?
- Por supuesto, es una marca de ropa, muy importante.
- Pues mi padre es uno de los socios fundadores.

Alberto se quedó anonadado. Sabía que Ana tenía dinero. Pero eso no era dinero. Eso era un fortuna. Aunque quería disimularlo, por dentro tenía unas ganas locas de ponerse a saltar encima de su cama.

- Hecho.
- ¿Aceptas? - preguntó Ana
- Sí. Acepto las condiciones.
-  Estupendo - Ana lo sabía. Sabía que cuando supiera quien era cambiaría de opinión. Ella le tentaría con el dinero. Pero si no hacía lo que ella pedía se quedaría sin nada.

2 comentarios:

  1. ¡¡Pati!!

    Me encanta ese arranque de Ana al final.
    Qué manera de escribir con tanto ritmo.
    Y para variar en lo mejor... Pero bueno,
    así lo asimilamos todo hasta la próxima
    entrega. También me ha gustado mucho ese
    momento en que tanto Ana como Alberto
    creen ir un paso por delante del otro.
    Estilo "ella/el no se sabe que yo sé que
    reaccionaría así".

    Esta vez no me quejaré que nos hayas de-
    jado a medias, sinó que cogeré energias
    para el próximo capítulo. Además, sé que
    no nos dejas con la intriga intencionada-
    mente ;-P

    Ánimos y enhorabuena :-D

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  2. que fuerte, que fuerte, que fuerte!!!
    estoy un tiempo liadilla y me lo pierdo todo!!
    me he leído todos los capítulos seguidos, desde suerte vuelve 8!!!!!
    de verdad Patri, nos tienes enganchadisimas a tus historias, estoy expectante a ver que pasa con Ana y Alberto, pero y Alicia????
    kiero mas!!!!!!!!!!

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